Leía en la edición de Point de Vue de esta semana, aparte de loas a Letizia y al calvario que tienen que soportar las pobrecitas "routiéres" (plebeyas) consortes, sobre los descendientes de Confucio. Resulta que hay una dinastía de sus descendientes directos desde hace 80 generaciones y que superan el número de los tres millones. 2.500 años dan para mucha multiplicación, por Dios, qué fecundidad la de estos chinos. El heredero de la dinastía es el primogénito de la rama descendiente durante dos milenios y medio del primogénito de Confucio, y tienen ritos para celebrar las fechas señaladas relacionadas con el filósofo.
Desconocimiento, lo reconozco. Conozco muy de pasada quien fue Confucio aunque si sé de su enorme importancia en China y en el desarrollo de las diferentes filosofías orientales. Y de repente leo que Confucio, que fue ministro del emperador Lu, instaba a obedecer a la autoridad imperial así como al respeto por la autoridad de los padres etc. O sea, un ministro que insta a que se obedezca a la autoridad. Normal. Que lo obedezcan a él, claro. Vamos, más de lo mismo.
Y es que yo me imaginaba siempre a Confucio en plan bucólico, así en medio de las cabras chinas y los arbolitos, sentado en una roca con un bastón mirando al infinito mientras le crecía la barba. Desconocimiento, claro. Basado ésto en las estampas chinas de la época, siempre con arbolitos y en plan muy relajado y campestre, que son como de restaurante chino con musiquilla de esa, así como de quien no quiere la cosa, y con peceritas y rollitos de primavera fritos con glutamato. Tampoco me imaginaba que su capacidad reproductora, heredada por sus vástagos, diera lugar a tres millones de descendientes (y eso que por machismo no cuentan las ramas femeninas), ya que, como buen filósofo, me lo imaginaba fuera de apetencias mundanas y alejado de los pecados de la carne (luego resulta que parece que no, que los filósofos siempre han estado bastante salidos y los ha habido hasta sifilíticos- pero es la imagen idílica que yo siempre he tenido-).
La verdad es que me he llevado un chasco. Se me ha ido de la cabeza la imagen esa de vejete chino sabio y agradable de serenidad impertérrita que habla de ríos, peces y piedras. No sé si podré reponerme. Una no está para que los sabios chinos se le caigan del jarrón, de verdad. Menos mal que la Preysler lleva camino de convertirse en jarrón ella misma por sobrados méritos y que siempre podré seguir sus consejos sobre como decorar el váter, lo cual es una filosofía oriental muy digna de tener en cuenta.