Monday, March 20, 2006

So sexy

Nos habla desde una especie de tribuna en la sala de espejos y parquet. Tiene cara caballuna y un cuerpo en el que no cabe un solo músculo más. Un cuerpo fibroso, de anuncio. Es un cuerpo diseñado a su medida día tras día, músculo a músculo. Un cuerpo hermoso en su firmeza y elasticidad, pero un poco plástico. Pienso que caer en su regazo debe ser parecido a rebotar en una cama elástica. Ella, porque es ella, es una chica agradable y muy buena en lo que hace. Sabe de bíceps, tríceps y cuádriceps como para hacer un doctorado y yo la escucho siempre con atención para no lesionarme.

Y entre consejo y consejo bien explicado la oigo decir a menudo "Y en éste track , según la coreografía 55, podemos hacer los abdominales de forma sexy" Y se tumba y contonea un poco el plástico, así, en plan chulo playa, y sonríe. Muchos la imitan sin la suerte de que sus contoneos sean sexys ni por asomo, sino torpes caricaturas, con lo que la situación surrealista y ridícula está servida. Yo me río y no hago movimientos sexys porque yo voy allí a tonificar mi musculatura y mejorarla, pero no pretendo ser una strip-girl, ni tampoco me parece que hacer abdominales tenga por que ser sexy. Me interesa más hacer bien el ejercicio que mostrar mis aptitudes sexys. ¿Hay que ser sexy las 24 horas del día? ¿Hay que hacer el tonto suponiendo que uno es sexy sin serlo para "realizarse"?

Éste ejemplo no es más que una mera anécdota que ilustra, sin embargo, una de las grandes insatisfacciones de la sociedad de nuestros días: Hay que ser sexy siempre, estar en un aparente contínuo celo de plástico. Y la publicidad consigue ahí un filón impresionante. El deseo de ser sexy y de atraer al contrario es algo muy natural, sin embargo. En la naturaleza se da en todos los bichos, que tienen sus épocas de celo, de ponerse guapos, de demostrar su valía y de romperse los cuernos por conseguir el bicho deseado. La vanidad, el coqueteo, el pasear el palmito en plan chulo-playa, es, realmente, lo normal y lo anormal es la represión que muchas culturas hacen. Sin embargo, el que la publicidad explote hasta los límites este instinto puede generar una ansiedad y una insatifacción tremenda, como un vacío inmenso en ése terreno.

Porque ahora mismo, hasta para vender comida para perros te ponen un tío en paños menores, musculadísmo y así como medio sudado con cara de deseo (boca medio abierta, mirada de guerra) o a una chica enseñando hasta el hígado, en postura claramente sexual, y sudada también, claro, por los calores. Es el uso del instinto sexual para vender (algo ya antiguo), pero cada vez más masificado, en más productos, menos sutil, como si ya no nos bastara una insinuación, sino que fuera necesario ponernos a cien para vendernos un mata cucarachas o papel higiénico. Se nos está dando la impresión de que no vale vivir si no se es sexy las 24 horas del día y uno no está sudando y con la boca entreabierta, que éso es lo que da la felicidad además de -claro está- la comida para perros "Hooneymoon", el matacucarachas "Love Me Tender" y el papel higiénico "Sensual Night". Pero me pregunto ¿qué ocurre cuando se llega al hastío?

Estoy acostumbrada a ver cuerpos plásticos, de estos impresionantes en su muscular perfección, y sin embargo, no me dicen nada. No me atraen en lo más mínimo. David, un negrazo que a veces sustituye a mi monitora de los domingos (ésa que es inteligente y gilipollas a la vez)suele pavonear sus abdominales perfectos y su cuerpo mientras dice alguna "guarrería" en plan broma que es muy celebrada por la concurrencia femenina, mayoritaria, claro está. Y yo lo miro casi como si fuera un madelman. Si no fuera porque habla ni lo miraría. Se supone que tanto músculo y tanta pose debería "subyugarme", pero nada. Es como si de tanto ver cuerpos y más cuerpos sexys hubiera desarrollado una especie de inmunidad. El instinto que se atrofia. Se puede decir que yo he llegado ya a una especie de hastío.

Cada persona es un mundo (topicazo al canto) y así como yo reacciono con cierta indiferencia ante estos asuntos sexys (dada mi personalidad poco pasional)-lo cual tampoco es que sea lo mejor, claro, porque me pierdo sensaciones que otros, más vivos que yo, consiguen- hay personas a las que les afecta de tal forma que sufren una gran ansiedad por ello. Últimamente proliferan en la tv francesa y belga, (y no sé si en la española) programas en los que las personas se someten a una serie de operaciones estéticas bajo la mirada de la cámara. La Tv les paga las operaciones y ellos venden su ansiedad y sus sueños así como el proceso de ser rajados en búsqueda de una vida mejor. Los hay que, después de la experiencia, se hacen adictos, y no es que se operen de algo que les traiga a mal traer sólo, sino que continúan en el proceso de modificar y modificar su cuerpo, como si únicamente en ello encontrasen consuelo.

Y me pregunto cuál es el siguiente peldaño en esta insatisfacción generalizada que genera una publicidad que explota un instinto, que de por sí, es de lo mejorcito que tiene el ser humano para pasar sus días lo mejor posible. Vivimos entre los extremos integristas de negar el cuerpo y sus placeres y los extremos mercantilistas de explotarlo al máximo para hacer dinero. Es lógico que tanta manipulación genere un sinfín de problemas psicológicos. Nos vemos en la consula del psi dentro de un par de años, pero eso sí, todos muy sexys en plan chulo de playa, contoneándonos mientras rellenamos la ficha. So sexy.

Wednesday, March 15, 2006

Lechuga mártir

Qué crueldad, qué depravación la humana. ¿Cómo osamos hacer daño a una lechuga?

No hay piedad mientras arrancamos la lechuga de la tierra privándola de su hábitat y de sus amigas lechugas. Después la mutilamos salvajemente arrancando sus preciadas hojas, carne de su carne, troceándola sin el más mínimo sentimiento para acabar devorándola con indiferencia. ¡Qué la lechuga es un ser vivo!

¿Y el cruel destino de los tomates? ¿Cómo un ser vivo tan hermoso en su color y brillo puede acabar formando parte de una vulgar boloñesa acompañando a unos insulsos espaguetis? ¿Y los calabacines, los pepinos, los nabos y las cebollas? ¿Por qué les espera el cruel destino de ser devorados sin piedad? ¿Es que acaso no son seres vivos? ¿Es que no son como nosotros?

Buceando por la red he encontrado un pozo sin fondo de sensibilidad: personas que son veganas y que alimentan a sus bebés de forma vegana también para evitar hacer daño a los animales porque "son como nosotros". Ninguna objección a que los animales sean como nosotros, pero es que las plantas también lo son. También son seres vivos y es una crueldad comérselas para, al fin y al cabo, satisfacer una necesidad egoísta de nuestro estómago.

Es cierto que, por naturaleza, somos omnívoros, pero eso es erróneo desde el punto de vista ético. No deberíamos comer nada porque todos son seres vivos. Y ni siquera beber agua, porque en el agua hay bacterias que, en nuestro estómago, acompañadas del malvado ácido clorhídrico, morirán en unas condiciones terribles. Y las bacterias también son seres vivos.

En la naturaleza, los carnívoros se alimentan de otros animales. Y son malos, muy malos: deberían hacer ayuno. También hay unas plantas carnívoras que devoran insectos y son unos seres pérfidos. Los hervívoros comen plantas y flores, por lo que tienen una enorme falta de sensibilidad con respecto a los sentimientos de las plantas. Sin embargo, nosotros, como animales éticos y racionales, deberíamos privarnos de torturar a plantas y animales y alimentarnos, tan sólo, de productos no vegetales ni animales ni que contengan microorganismos. Sólo comiendo tiza podremos ser lo suficientemente éticos.

*Aclaro que estoy en contra de las condiciones crueles en las que viven los animales de granja y que el veganismo, como decisión personal es algo en lo que yo no entro (es que no quiero usar el tópico "respetar"), pero que siendo, como somos, omnívoros, privar a un niño de proteínas de origen animal por cuestiones éticas es perjudicial para su desarrollo.

Tuesday, March 07, 2006

Intelextualidad contextual

¿Podré ser feliz sin comprar una subasta una colilla que Otis McBitch - se dejó olvidada en un cenicero de un antro allá por sus años jóvenes? ¿Mi vida será plena sin haber estado nunca en Tribeca, sin conocer a Mick Arsehole ni haber ido nunca a una exposición de Horace Wildsilly? ¿Podré sobrevivir a una vida sin poseer los libros de Kelly Assfood?

Y sobre todo: ¿cómo se puede vivir sin presumir de que los he conocido a todos ellos?

Estoy en problemas. No tengo ni idea de qué color eran los calzoncillos favoritos de Truman Capote. Joyce me suena como marca de pintalabios, sí, queda como carnoso, Joyce, Joyce, es como sensual ¿No?. Kerouac es una hamburguesa vegetal con mostaza. Y de los que menciono arriba... En fin, ¿qué decir? Dicen que son genios, la nueva vanguardia. Y yo aquí sentada sin saber de ellos apenas nada más que sus nombres.

Como dijo Thibault Greenshadow: "Baisse ta gaine Gretchen que je baise ta groupe (ein zwei)" En esta frase se resume el saber epistemológico de la euféresis prosopopéyica de las prostaglandinas esfídricas como contraposición a la maleabilidad del lenguaje estructuralista de todo el siglo XX. Aquí es donde me doy cuenta de la importancia evolutivo cognitiva de la hipófisis aplicada al hiperonanismo neurológico y comprendo por fin qué negro e incierto futuro me espera.

Oh, my Good! (Y ahora una parrafada en inglés, para que veáis que lo domino) Today Twinings Teas still give the unequalled pleasure and satisfaction the first gave the world in 1706. Dijo en 1715 Felicity Wallace mientras se sacudía la peluca que le picaba por las travesuras de algún piojo ilustrado. Y fue precisamente el piojo lo que determinó una nueva concepción en su vida y una revolución de sus costumbres. No más pelucas empolvadas: cabeza rapada al cero y un pañuelo de colores. Fue una auténtica pionera del pañuelo que luego personalizaron las francesas existencialistas. Porque Simone de Beauvoir no fue quien se inventó lo del pañuelo, sino que se limitó a imitar a Mrs. Wallace, aunque sin llegar a afeitarse la cabeza, por lo que no llegó a entender la importancia del gesto y la profundidad filosófica del acto. En Humpbacked Horse, una posada al este de Birmingham, hay una estatua suya en la que aparece con la peluca en una mano y contemplando embelesada al piojo como Hamlet a su calavera. El piojo se conserva espachurrado en una miniurna de cristal y oro en el British Museum, como símbolo de cómo un pequeño picoteo en el cuero cabelludo puede hacer pensar tanto y crear una verdadera revolución de costumbres.

Y Felicity Wallace podía presumir de piojo intelectual. Cómo la envidio: haber albergado en su cabeza a un piojo que tiene el honor de ser expuesto en el British. No pasa un día más sin que me disponga a mailear salvajemente a toda la vanguardia artística siendo pesada y rogando con el fin de que se avengan a enviarme una colilla usada por ellos, o un trozo de tapa de yogur, o un milímetro de preservativo usado. No sé cómo hasta ahora he podido vivir sin esos fetichismos que harán mi vida plena y le darán sentido. Porque podré presumir de todo ello. Cuando me pregunten de qué color son los calzoncillos de René Plormaël diré: amarillos con cerditos rosas danzando en una bucólica granja del este de los E.E.U.U. Y a ver ¿qué otra persona en el mundo va a estar más documentada que yo sobre los calzoncillos de René Plormaël?

Por fin, por fin lo voy a conseguir y seré una auténtica intelextual. El piojo de Felicity Wallace me ha dado la clave.