Thursday, August 25, 2005

Ya no hay veranos

A veces, muchas veces, el exceso de símbolos vacía a las cosas de significado. Me aburren soberanamente las representaciones simbólicas en las que cada actor simboliza a un pueblo o un valor. Por eso, el ver un espectáculo inaugural de Juegos Olímpicos, por ejemplo, con muchas luces y actores como meras carátulas, sin matices, es para mí un coñazo, porque lo veo muy vacío en su intención de transmitirnos los buenos sentimientos gubernamentales y estatales o lo que se nos quiera transmitir, que siempre son grandes sentimientos inflados que no se corresponden mucho con la realidad.

Sin embargo, lo pequeños detalles, los olores, colores, palabras gestos, tactos, sin símbolo ni grandiosidad que lo valgan, me pierden. Me pierde aquello que no significa ni representa nada. Respiro el olor de un campo de trigo en los veranos de Castilla, la tierra seca, el tomillo del bajo monte. La brisa de los manzanos y perales en la vega. Recuerdo, como si fuera hoy, el nervio de una yegua de raza española, que no mantenía la cabeza quieta un segundo y su pelo corto, marrón claro, lustroso, y esas herraduras que a mí me parecían una tortura, aunque realmente sivieran para que no se le desgastaran las pezuñas.

Me pierde el cielo aquel tan azul, tan limpio y seco de mis veranos en Castilla, con las cosechadoras en los campos de cebada y el olor a paja. Y cómo jugábamos con los paquetes de paja en las pirámides. La ropa se quedaba toda llena de briznas y picaba, pero era una gozada saltar y esconderse, construir casitas con los paquetes de paja a los que llamábamos "pacas". Y la piscina azul-azul en la que aprendí a nadar y en la que un día de julio, siendo yo aún muy niña, escuché por los altavoces la retransmisión de la boda entre Lady Di y el Orejas.

Ya no hay veranos. Antes el verano estaba muy claro en su delimitación, pero ahora todos los días transcurren para mí de la misma forma. No siento las estaciones. Cierto es que aquí el clima es muy variable y baja y sube la temperatura a capricho pudiendo haber diferencias de diez grados de temperatura en un día. Es la locura de no saber cómo vestirte, de andar quitando y poniéndote ropa todo el día. De vigilar constantemente el termómetro-higrómetro en la habitación de la niña para ver si debo abrigarla o desbrigarla.

Pero no sé si es el clima o el paso del tiempo lo que hace que los veranos no sean ya veranos. No oigo a las cigarras, ni a los noctámbulos grillos, ni huelo a campo recién segado. Tampoco escucho el mar ni hundo los pies en la arena. Toda una serie de pequeños matices, de colores, olores, gustos, ilusiones incluso, se han perdido. Ahora, el tiempo es como un tio-vivo que gira vertiginosamente en calma. Extraño y difícil de explicar.

Ya no hay veranos, y me da la impresión de que estoy hablando como la típica viejuca de pueblo que recurre siempre a sus tiempos y los idealiza. Mis veranos tampoco es que fueran para idealizar, precisamente. Los de la infancia fueron duros a pesar del trigo y la piscina. Menos mal que había trigo y piscina, quiero decir. Y después, ya sin esa dureza, siempre me dió la impresión de que nunca hacía lo que en realidad quería hacer a pesar de haber viajado y visto muchos sitios, casi siempre en el norte. Pero eran veranos, siempre había algún detalle que los hacía veranos.

Lo que daría ahora mismo por pasear en la solanera por una capo de trigo segado. Pero sólo cinco minutos, diez como máximo. En realidad, aborrezco el campo aunque de vez en cuando me atraiga peligrosamente. Lo que me gusta es idealizar nostálgicamente aquello que ya no está en plan romanticismo bucólico.

Wednesday, August 24, 2005

De burros y sapos

Entre mis últimas y extrañas costumbres está la de ver dibujos animados para niños a eso de las cinco y media de la tarde. No los pongo a propósito, pero enciendo la televisión para atontarme un poco y si están los dejo. Más que nada es para no pensar un rato y descansar a unas sufridas neuronas todo el día pendientes de mil detalles, pequeños detalles, que no me harán más lista ni más persona, pero que en cierto modo aseguran mi supervivencia y la de los míos: lavadoras, lavavajillas, pasar la mopa, comidas, orden, atender lloros y que la criatura esté siempre limpia y, si es posible (y es posible porque es pura alegría) con una sonrisa en su carita.

Pero no puedo descansar ni con los dibujos. Antes ponían unos muy violentos (todo el día dándose de hostias unos con otros) lo que no me gusta para los niños, porque pueden llegar a creer que cuando a laguien se le pega ésta no sufre ni se le hace daño. Y ahora, después de los Lunnis, pone una serie muy ñoña y tontorrona, "El patito feo", que pretende ser ñoña-didáctica. Y yo me la veo -cada vez con ojos más asombrados del mensaje que inconscientemente transmite- y la observo con la atención que puedo si es que otros asuntos no me interrumpen.

Tiene, en su didactismo, los elementos del maniqueísmo más puro: los buenos y los malos. Los buenos son ñoños y tontorrones que nunca se burlan de nadie ni tiene una mala intención y los malos se burlan y acaban recibiendo su castigo por ello. El prota es el patito feo, al que en la granja llaman Feo. Es muy bueno y casi perfecto en su bondad y los malos se burlan de su fealdad.

Lo curioso es que en su maniqueísmo la serie entra en graves contradicciones. En principio dice que está mal burlarse de un feo porque ese feo es bueno y maravilloso etc. pero luego, en un capítulo convertía en feos con cabeza de burro a los malos y decía "la gente se burlará". Y ese era el escarmiento. ¿En qué quedamos? ¿Burlarse o no? Al fin y al cabo, aunque el feo sea muy malo, el que se burla está incurriendo en las mismas faltas que el malo cuando se burló. E incitar a la burla como motivo de risa... ¿Es bueno o malo? ¿Seguimos el juego del maniqueísmo?

Lo siguiente que me llamó la atención es que una serie en la que todos los personajes son animales y pretende que se les respete sigue cayendo en la antigua costumbre de distiunguir entre animales buenos y malos. Por ejemplo, los malos malísimos son dos zorros. ¿Y el zorro es un animal malo? No, es un depredaror, pero ni siquiera es peligroso para el hombre. No hay animales malos. Los hay peligrosos o molestos para el hombre, pero ese concepto moral de maldad y bondad no es aplicable, en modo alguno, a la naturaleza. ¿Por qué entonces tiene que ser el malo cuando ahora, el pobre ni siquiera roba ya gallinas porque está en peligro de extinción?

El burro seguía siendo sinónimo de estúpido e ignorante y el sapo de feo. ¿Así se pretende que haya un mayor respeto por los animales? Además, tanta historia con lo malo que es burlarse e incitaban a burlarse de los burros y los sapos. Clasismo animal. Muy guays esta serie políticamente correcta y ñoña hasta más no poder en sus bondades pavisosas. No sé qué puede hacer más daño y más mella en un niño, si el mensaje violento o el mensaje pavisoso maniqueísta (aunque me temo que el maniqueísmo esta en todo porque no podemos dejar de dividir subjetivamente el mundo entre buenos y malos.) de no me burlo pero sí me burlo.

Pienso en los mensajes de los dibujos animados y me dan pavor. Son terroríficos en su pavisosez. La violencia puede producir rechazo y la quitas, pero estos dibujos los dejas porque son tranquilos y en un principio no parece que su mensaje sea tan sutilmente violento. Y sin embargo en ellos siguen existiendo esos prejuicios que creíamos estaban ya un poco lejos de nuestras vidas. Zorro malo, burro tonto y sapo feo. Y no te burles del pavisoso del prota (que es, ohhh, muy bueno), pero sí del sapo. Además, sapo y burro los puedes usar como insultos, pero "cerdo" no, porque es un prota bueno. Sin embargo, irónicamente sí puedes usar "tía cerda" cuando una cerdita rechaza los amores del cerdo prota. Y de eso sí te puedes reír. Oh, jajajaja, qué graciosos y qué buenos somos todos. Un mundo maravilloso, y eso.

Wednesday, August 17, 2005

Autoestima

Es un tema que me interesa, sí, y leo sobre él para intentar comprender mejor en qué consiste una buena autoestima y sus ventajas. Los síntomas de la baja autoestima están bastante claros, pero lo que no acabo de entender es qué es una buena autoestima, porque pareciera que una persona así es de plástico. En teoría, a una persona con buena autoestima no le importa la opinión de los demás (hace siempre lo que le da la gana, vamos) pero es muy sociable y tiene una buena relación con sus amigos (en general, para tener muy buena relación con las personas hay que ser considerado, y eso no es exáctamente hacer lo que a uno le da la gana en todo momento). Acepta sus defectos y no es perfeccionista, sin embargo: "Atribuye sus éxitos a aus capacidades y esfuerzos y los fracasos a las circuntancias". Pues no, eso no es aceptar sus defectos ni la realidad, que consiste en que uno ha podido fallar. Es claramente contradictorio.

Y así seguimos. Esta imagen de una buena autoestima me recuerda mucho a la imagen del típico triunfador americano, una imagen de plástico, de triunfador sobre la autoestima, como si fuese una cuestión de triunfo. Y volvemos a lo mismo. Me da la impresión de que la apología de la autoestima es una forma de mostrar al mundo lo guay que uno es, y eso viene caracterizado, precisamente, por una baja autoestima, porque con una autoestima equilibrada uno no tiene que demostrar nada al mundo, se supone.

Aunque ¿qué es exáctamente una autoestima equilibrada? ¿Hay alguien que disfrute "en todo momento" de ese privilegio? Leo y pienso que es imposible, porque nos movemos en altibajos. Es cierto que puede haber tendencia a tirar más hacia una baja autoestima que hacia una alta autoestima, pero incluso las personas más equilibradas en ese aspecto pueden tener sus momentos de duda, sus bajones al respecto, porque creo que, con un mínimo de sensibilidad que tengan habrá situaciones en la vida en las que dudarán de sí mismos y sus capacidades y pidan consejo u opinión a los demás, o se den cuanta de que han fallado en algo y acepten su responsabilidad.

Es en los primeros años de la infancia cuando se cimenta la autoestima. El niño basa su autoestima y su comportamiento posterior en la imagen que de él, como en un espejo, le muestran su padres. Entonces sí importan la opinión de los demás en algún momento, o de algunos demás: los padres. Y me temo que en la vida sigue siendo así, que siempre hay opiniones que importan de gente que te importa. No me acabo de creer lo de la autosuficiencia.

Quizás, la diferencia entre una baja autoestima y una autoestima alta (yo preferiría decir equilibrada, porque una alta autoestima se me antoja un poco fuera de lo que es, en mi opinión, mas real)esté en el sufrimiento que una baja autoestima puede llegar a provocar. Si hay sufrimiento hay que intentar pararse y mirar qué ocurre y por qué, pero no creo que uno deba intentar ser de plástico si con su autoestima va tirando y no sufre especialmente por ello, o bueno, si sufre un ratito de vez en cuando (pero sólo un ratito ¿eh?).

También percibo, y esto desde hace tiempo, que personas que, en teoría, tienen una buena autoestima, la tienen para determinados ámbitos de su vida, pero en otros se pierden por completo, que no escapan a la depresión, ni a los chantajes emocionales, ni a... Ufff, hay tantas cosas de las que no se pueden escapar.

Yo deseo mejorar mi autoestima y equilibrarla en la medida de lo posible porque a veces sí sufro por ello y creo que hay aspectos de mi vida en los que debería hacer un esfuerzo. Porque veo también a personas que han tirado toda su vida con una baja autoestima que, inconscientemente, han transmitido a sus hijos, ya sea mediante un comportamiento agresivo, bien amargado o bien victimista de culpabilización y que ni siquiera se lo plantean, con lo que la baja autoestima se sigue heredando de generación en generación.

Pero no es mi deseo ser de plástico.

Friday, August 05, 2005

Indecencias



Centro. Centro ciudad. Son las rebajas y un reguero de gente bulle alegre y presurosa para comprar todo aquello que quizás no necesite pero que, con el precio anterior tachado es mucho más suculento y apetecible. Fiebre. Ya quedan pocos días de precios tachados. Negras orondas y otras espectaculares se pasean luciendo sus mejores galas. Algunas, altísimas, con las formas de Naomi Campbell, exhiben su gracia y su belleza en ropa fashion hasta morir y cabellos trenzados con mechas claras. Otras, éstas más gordas, ocultan sus redondeces bajo anchos y aparatosos trajes tradicionales africanos. Y ríen. Las negras ríen y la alegría del mundo está en la blancura de sus dientes y sus ojos, y su acento tan fuerte en francés.

Y cruzando como sombras, entre las despreocupadas y silenciosas europeas, que parecen descoloridas y los hombres, rubios grandes de mirada fría y árabes en corrillos mirando de reojo, que no llaman la atención entre tal escaparate de risas y frufrús color café, las de los velos. Las moras, vamos, enveladas de la cabeza a los pies. Algunas llevan el pañuelo blanco tan sólo, y van decentemente cubiertas. Otras van de gris por completo, no sea que el color les pueda sentar bien a la cara o contagie su risa. Y otras, otras...

Entro en una tienda de toallas. No necesito toallas pero me he encaprichado de unas toallas que tienen bordado un dibujo de cebras, antílopes y otros animales de la sabana. Y allí, mientras decido si finalmente me decido por las toallas del pingüino solitario o si sigo con mi capricho inicial, me topo con una figura totalmente vestida con un velo negro de la cabeza a los pies. Sólo se ven, en la orgía de negro, unos ojos huidizos que ni siquiera se atreven a mirar de frente, por lo que no puedo ver si ríen. Va con un hombre, su marido, de barba larga y vestido a la occidental, y dos niños, uno que anda, el otro bebé. El de unos cinco años se yergue orgulloso porque sabe que, en ausencia del padre es él quien manda sobre su madre. Ella señala un "tour de lit" (no sé cómo se dice en castellano. Es una especie de acolchado para proteger la cabeza de los bebés en la cuna) pidiendo la aprobación de su marido. Él tiene una actitud huraña y lo mira todo con esa mirada específica de aquel que no tiene ni puta idea de lo que es ni para que sirve el objeto en cuestión, pero que debe decidir porque la autoridad es suya. Yo procuro no mirarlos, aunnue suscitan, claro está una viva curiosidad por mi parte, pero en un momento, en un ir y venir entre toallas me tropiezo con la figura embozada y... Repelús. Espeluznante, casi como si hubiera rozado un fantasma. Le pido excusas bastante cortada e incluso con cierto temor de haber osado rozar un icono de sumisión y pureza. No sé si me contesta, creo que más bien huye sin decir nada. Me produce sentimentos encontrados y contradictorios de pena, rabia, asco y solidaridad.

Repelús. Posteriormente descubro que el velo en cuestión se llama "Sharshaf" y lo llevan las mujeres originarias de Yemen, donde lo intrujeron los turcos en una de esas invasiones con las que se entretenían los antiguos y se siguen entreteniendo los modernos. Pureza. La pureza me da repelús y asco. Me hubiera sido mucho menos chocante rozarme con una prostituta callejera. Las veo igualmente desgraciadas, posiblemente, pero sin esa falsa pureza, sin esa falsa promesa de paraísos, sin ese "no ser". Es mucho más decente ser prostituta y sobrevivir así que arrastarse confinada en una velo, sin que el mundo descubra la belleza de los gestos, de la piel, de la sonrisa. Es profundamente indecente.

Y todo, tanto velo denigrante para que a unos tipos no se les levante un músculo que llevan entre las patas traseras (que se tiene que levantar de todas formas porque la anturaleza es así, y mejor que levante que se quede flácido y mustio. Pobres). Y para eso se tienen que envelar ellas cuando es mucho más seguro, práctico, y conservador de la pureza masculina el colgarse un cencerro de los huevos. Seguro que así, entre el peso y la musiquita que acompañaría su caminar no se les levanta nada por mucho que vean. Y además, es una forma sufrida y magnífica, con boato de campanas solemnes, de alcanzar el paraíso.

Tuesday, August 02, 2005

Fabulación

Es pequeño y simpático, muy musculado, guapito. Pero no es eso lo que llama la atención en él, sino su forma de moverse y hablar. Tiene más pluma que todos los mariquis juntos que he conocido hasta ahora. "Sois divinas" , nos dice a un grupo de sufridas treinteañeras y cuarentonas que pugnamos por perder un poco de peso y seguimos su coreografía, algunas más torpemente que otras. "Sexy, sexy, tenéis que poner una postura sexy", nos dice mientras pone posturitas a lo Madonna y se ve a sí mismo como muy sexy sin conseguir que nuestra líbido se dispare pese a la musculatura que lleva aparejada, ya que es como una hembrita más. Y nosotras nos reímos y hacemos el tonto, porque el tipo es simpático y agradable. Después, nos explica cómo hacer un ejercicio para disminuir la celulitis y dice que tenemos que hacerlo como si nos depilásemos las piernas, y nos cuenta que él es muy velludo y que se depila a menudo por entero (un Hollywood, depilación completa). Y como colofón termina diciendo "Hoy me siento como Marilyn Monroe", lo cual suscita risas. Y la gente se va contenta después de haberse dolorido y cansado bien, pero con la sensación de ser "divina, divina" aunque sea más torpe que un elefante borracho y no sea capaz de hacer un abdominal sin quedarse sin fuerzas.

Es muy bueno. Sí, muy buen profesional porque aparte de dar los cursos explicando bien como se tienen que hacer da ánimos y simpatía, y la gente vuelve siempre. Todo el mundoo lo quiere. Salvo algún machito temeroso (esos temores que tienen los hombres de que un mariqui lo viole en el vestuario y que a mí me sorprenden, porque no me imagino yo a esos hombres como criaturas desvalidas frente a la maldad del mariqui lascivo. Más bien creo que siempre el mariqui plumoso lleva las de perder.) que no es que no lo quiera, sino que le tiene miedo.

Y nuestra Marilyn Monroe particular continúa hablando de su vida y enseguida nos suelta que fue gimnasta y participó en los Juegos Olímpicos, que conoció a Nureyev, que es hijo de diplomático y que además de trabajar como monitor en un gimnasio trabaja como ingeniero químico. Y todo ello muy sexy. Glam, glam.

Yo me creo cuarto y mitad de lo que dice, y eso que no lo escucho todo, ya que siempre voy con prisas y tengo el tiempo cocntado para hacer deporte. Lo de ingeniero químico me parece lo más verosímil si es así como llaman a los peluqueros hoy en día. En todo caso, los ingenieros que conozco no se pasan la vida en el gimnasio ni pasan todo el día dando cursos allí porque tienen que estar en la oficina, o la plataforma petrolífera, o en la fábrica, o viajando... Si tiene una peluquería, sin embargo, sí puede dejarla a cargo de otras personas para que hagan los experimentos químicos y refrían el pelo a las divinas clientas. No me lo imagino, sin embargo, en una fábrica diciéndo que el ácido clorhídrico tiene que ser más sexy o que el ácido sulfúrico es divino. En fin, prejucios míos. Porque quizás sí sea todo eso que dice y yo soy tan sólo una incrédula que no soy capaz de ver más allá de su pluma, cegada por el movimiento sexy de unas piernas depiladas.

Pero existe la posibilidad de fabulación por su parte, ya que reúne ciertos requisitos para ello como el hecho de desear impresionarnos a toda costa desde la primera frase y de no conformarse con decirnos que ha conocido a Nureyev o que fue gimnasta, cosas éstas que me parecen más creíbles. Y yo, ante la fabulación siento curiosidad y me pregunto siempre si realmente sirve para algo, si consiguen con ello aumentar su autoestima, o sume a la gente que inventa esos cuentos en un círculo vicioso en el que el cuento les satisface poco y deben inventar más y más grandezas, que satisfacen momentáneamente tan sólo.

Quizás no sepa que yo (aunque es muy posible que mi opinión y mi persona le resultemos absolutamente indiferentes)lo veo genial tal y como es, sin necesidad de Nureyeves ni embajadas, que basta con su simpatía y buen hacer. Aunque quizás a él no le baste. Un misterio son los sueños, las autoestimas y las necesidades del ego de los demás, un misterio desolador en cierto modo, ya que nos asoma a una posible soledad terrible tras todo lo glam, sexy y divino.