Tuesday, November 22, 2005

Mi narcisismo

Con un año de vida ya me rehuye cuando hace alguna trastada y yo voy detrás de ella a cogerla en brazos o a quitarle aquello prohibido que se ha metido en la boca. Sabe lo que está prohibido y me reta. Agarra los libretos de ópera que aún están a su alcance (espero un nuevo mueble cerrado que he encargado para poderlos guardar)y ras... Arranca las páginas que puede. Y cuando me vé venir a quitarle el libreto emite una serie de grititos, se ríe y sale huyendo a cuatro patas a toda velocidad con su trofeo de guerra en las manos, que agarra con fuerza. Dura lucha para quitárselo, gruñe, llora, me protesta, se estira hacia atrás con rabia y se pone en huelga de sonrisas. Y yo no puedo evitar reír, entre resignada y orgullosa, ante mis libretos destrozados y su actitud de cachorrito humano, tan travieso, con tanto sentido de la propiedad, de lo que es suyo porque lo ha cazado.

Mi narcisismo. Mi narcisismo tiene la mirada profunda y retadora y una risa gamberra. Yo no la imaginaba así. Creía que iba a ser una niña dulce, de mirada soñadora, de tranquilas estancias en el parque con sus juguetes, de tímidos mohines y aferrada a un osito de peluche, su doudou. Pero lo cierto es que trata a los peluches a patadas. Sí, literalmente, además de pasar de ellos, si se los doy los arroja lejos de su alcance. Le interesan mucho más los libros y las revistas de los que arranca páginas que luego intenta comerse. Es ya una devoralibros. También ha aprendido que el mando a distancia sirve para la televisión, y cuando alguna vez la pongo en su presencia se me viene a cuatro patas a quitarme el mando a distancia para trastear, subir el volumen y cambiar de canal, con lo cual se acabó mi rato de televisión.

Mi narcisimo, sí. Porque ahí, en esa risa gamberra es dónde he puesto gran parte del narcisimo que antes ponía en mi esmalte de uñas o en mis abdominales, o en el cabello que tuve que cortar. Tener hijos es un acto de narcisismo, de querer perpetuarse de alguna manera de creer que los genes de uno, que lo que uno es, merece tener una continuidad. Y se sueña, se sueña con un ideal de niño, con el ideal que a uno le hubiese gustado ser. Pero entre el niño soñado y el niño que nace hay una gran diferencia. Es imposible que sea igual porque el ideal es eso, ideal. Sin embargo, el narcisimo de adapta, y donde antes una se enorgullecía de la utópica dulzura de un niño tímido y sensible, ahora se llena de orgullo ante las trastadas de un bebé trasto y alegre, sin ningún rasgo de timidez por ninguna parte. Y empiezas a pensar que está bien que no sea tan dulce y que tenga ese carácter tan fuerte y retador, que vas a tener que cuidar mucho de educarla de forma que aprenda a equilibrar su fuerza, pero sin reprimir su risa, su empuje, su vitalidad, su personalidad dominate. Y que no sabes como educarla, que no tienes ni idea, pero que es una bendición que sea así, y no tal como la soñabas.

Lo supe desde que nació: "me va a comer por las patas", pensé en cuanto me la presentaron llorando, en aquel quirófano en el que los médicos y asistentes reían y se gastaban bromas aligerando el ambiente tenso y preocupado de una cesárea de urgencia. Me miró sin verme. Mirada profunda, dominante. ¿Cómo podía ya de recién nacida tener esa mirada? ¿nueve meses son suficientes para mirar así?

Mi narcisismo gusta de acercarse a mí cuando estoy sentada en el sofá y agarrarse a mis piernas poniéndose de pie. Se ríe y restriega su carita sonriente en mis rodillas, en un gesto mimoso que no sé a veces si en realidad se trata de limpiarse los morros. Me gustan esos momentos íntimos en los que el bebé busca a su madre, su proximidad, su tacto, en los que hay una comunicación cuerpo a cuerpo, tan cercana, tan única, tan distinta a todo lo demás conocido. Ella sabe que se me cae la baba de verla así, sí, lo debe saber por mi actitud, por las cosas que le digo y como ella me conquista usando la palabra mágica "ma-ma-ma", dicha, claro está de la forma más seductora posible. Con su padre las cosas son distintas: él es el juego. Se pone como loca en cuanto oye la llave en la cerradura y la puerta de entrada que se abre. Lo recibe con risas, gritos de júbilo y exultante alegría. Sin embargo, se enfada a menudo con él cuando no le permite hacer alguna trastada, le pone morritos y me busca a mí. Y mí me sigue sorprendiendo que mi narcisismo me busque como referencia y sólo se consuele de las contrariedades en mis brazos.

Y no me gustaría caer en la tentación de hacer una página hortera de esas que abundan en internet, en la que los padres ponen fotos de sus hijos y escriben como si fueran estos los que hablaran "ayer estuve con papá y mamá en el zoo y lo pasé muy bien viendo pingüinos" en plan ñoño cursi tontorrón mientras chorros y chorros de baba les caen ante la vista de sus retoños, sus narcisismos. Pero a veces mi vanidad de madre se infla y lo pienso, sí, aunque puede más mi prejuicio con respecto a la horterada, claro. Porque mi narcisismo, de verdad de la buena -y de la mala también- es mucho narcisismo.

Monday, November 07, 2005

Banlieu rouge

Hay hechos que por su compleja estupidez te dejan una sensación extraña, como de incredulidad,impotencia y un punto de desesperanza. Y, sobre todo, no acabas de entender, no, porque es muy complejo, mucho, y tan estúpido que son ambos extremos en una misma cosa, y es como contradictoria, con miles de ramificaciones y razones distintas, todas muy válidas, pero con un punto de idiotez considerable.

He visto esos coches quemados. No ahora, no los de ahora, pero sí los ví hace tres años, y hace cuatro, y cinco. Para no tomar la Francilienne (circunvalación de París) autopista obsoleta, cutre y atascada siempre a horas punta, decidimos adentrarnos en las carreteras secundarias, las de los arrabales. Edificios de pisos de mala construcción, gente diversa ociosa en las calles, una sensación de desolación en los vestidos, en la forma de fumar un cigarro, en la mirada sin futuro que cruzas por un instante y coches quemados. Sí, muchos. Queman los coches de los vecinos, sus propios coches. Y los vecinos callan, por miedo. Banlieu, eso es una banlieu.

Se podría decir que tienen razones para estar encolerizados, sí, en parte sí. Son marginales, sin futuro, han vivido toda su vida en un getho, han sufrido racismo por parte de la sociedad francesa, no tienen trabajo. Pero ¿es eso todo? No, esa es sólo una parte. El Estado francés ha financiado mediante los servicios sociales la vida de muchos de ellos, el alojamiento en HLM (Vivienda social de alquiler de baja renta), pagas mensuales pequeñas pero suficientes para sobrevivir. Sí, lo que se supone que debe hacer un Estado con los más desfavorecidos.

Pero ¿qué ocurre cuando una gran parte de la población se limita a recibir ayudas siempre y no por periodos en los que realmente lo estén pasando mal? Genera recelos en la parte de la población que paga eso mediante sus impuestos. Y esos recelos económicos se diluyen en racismos, en odios, en discriminación que aumenta el círculo vicioso cada vez más. Y sube la violencia. Aparecen políticos populistas de ideas xenófobas que incitan al odio, a no reflexionar, a sacar los peores instintos. Y la otra parte, al sentirse atacada se violenta, y se encierra en su marginalidad, en su cualidad de víctima, pero no quiere ver que también en algo están fallando para que las cosas se tornen de esa manera. Sólo son víctimas y lo seguirán siendo en sus mentes aún cuando quemen coches de personas inocentes, incendien autobuses con pasajeros dentro o prendan fuego a escuelas y guarderías.

Complejo, muy complejo porque en este asunto hay muchas ramificaciones de extremos que se tocan. El extremo de un Estado protector que no protege sino que da dinero para que se callen en sus gethos, de unos ciudadanos a los que la rabia (lógica, porque es lógica, el problema es el uso que hacen de ella después) de que su dinero se emplee así los lleva al odio y a discriminar de una forma extrema aparte de sentirse "invadidos", el extremo de aquellos que, aún siendo en parte víctimas, aprovechan esto hasta el máximo para disfrutar con violencia y daños gratuítos.

Complejo, muy complejo porque no es lo mismo proteger y educar que dar dinero, porque la xenofobia, además de por generalizadora ser profundamente injusta, genera la violencia de los discriminados y porque la violencia de estos discriminados en un principio genera más y más xenofobia que generará más y más violencia. El círculo vicioso está servido y no acaba más que empezar.

Y en medio las culturas como forma de diferenciarse, como forma de cosificar al otro. Aquel que no pertence a tu cultura es una "cosa", tanto para los xenófobos como para los inmigrantes que entran el juego, en el círculo vicioso.

Y en medio Sarkozy, llamando "racaille" (gentuza, chusma) a los habitantes de los HLM, provocando estúpidamente en lugar de buscar soluciones. Y la xenofobia que crecerá más y más en estos días de fuego, de banlieu rouge.

Demasiadas cosas en medio. Razones sí, claro, y mucha estupidez como acompañamiento. Y se propaga como la pólvora. Hace un rato me enteré que en Bruxelles Midi han ardido cinco coches esta noche. Ya es una moda.

Pagarán los de siempre: los heridos en los autobuses incenciados, los propietarios de los negocios y coches quemados y aquellos que, sin hacer nada y sin tener nada que ver, pertenezcan a la etnia o cultura de los "chicos rebeldes", pobrecitos, que se "expresan" quemando y destruyendo todo lo que pillan como si jugaran a un videojuego.

Y alguno más que pase por allí.