Montaña de carbón
Y de repente, tras el cristal de la ventana, una enorme montaña de carbón que cubría casi la totalidad del patio interior llegando incluso la punta a la altura del segundo piso. Años, durante años me pregunté qué hacía esa montaña de carbón ahí. Mientras la contemplaba, en esos breves minutos de una mañana de un día de agosto mientras esperaba mi turno en la ducha, sabía que recordaría para siempre esa montaña de carbón. La miraba y la grababa en mi memoria como si cada trocito de carbón me pudiese explicar algo, como si esa visión se fuera a quedar, definitivamente, como la pregunta a tantas y tantas incógnitas y como si la montaña negra en su textura, su estética, su olor que imaginaba tras el cristal, concentrase en sí todo el ambiente de aquella pequeña ciudad de provincias perdida en la Europa del Este profunda.
Y es que la montaña era como una canción muy triste. Triste como los pósters gastados de estrellas del heavy metal occidental más tirado que las pulcras y metódicas estudiantes que se alojaban en la residencia habían puesto en los váteres. Es que era todo triste. Hasta las estrellas de heavy metal, que pueden producir risa o temor, daban penita. Triste la habitación donde nos alojábamos unas cuantas chicas occidentales que íbamos de paseo y que en invierno- con vistas a la negra montaña como único solaz-, ocuparían otras chicas, de sueños salvajes y tétricos, de años emparedados entre el carbón y el cemento de aquella pequeña ciudad de provincias tan formalmente perdida en sus tradiciones y sus buenas costumbres de comunistas modelo.
Me producía un extraña sensación pensar en el futuro de las chicas. Dentistas quizás, o peritos. Sueños, los pósters del váter indicaban que tenían sueños oscuros con seres totalmente opuestos a la formalidad empalagosa de discursos sobre la educación y el buen trabajador. Las veía vestidas con sus trajecitos de colores apagados, con las blusas heredadas de sus madres cerradas hasta el cuello, asintiendo en clase con pudoroso interés mientras su pensamientos iban tras aquellos espantos de heavys con sus pelucones trogloditas. Y es que tenía que ser la realidad muy triste, pero realmente triste, para que aquellos tristes melenudos sacando la lengua mereciesen tal honor de ser expuestos como ídolos.
Y en aquella inmensa montaña de carbón que cubría el patio estaba el todo. El todo de las comidas espantosas - pura bazofia aderezada con paprika- que nos ofrecían en el comedor con una sonrisa mientras nos informanban de que era la "comida tradicional" y que sólo se comían los que provenían del Este. El todo de una vida oscura y tan limitada como el contorno definido de la montaña de carbón.
Y el porqué objetivo y práctico de la montaña era una respuesta sencilla; tan fácil y tonta que cualquiera me la hubiera podiso responder o incluso yo misma lo hubiera podido saber con un poco más de esfuerzo intelectual por mi parte. Sin embargo, quedó en mis retinas como una incógnita durante todos estos años, como una pregunta imagen que posiblemente no quisiera yo responderme porque para mí era un todo.
Hace unos días, casualmente, mirando un documental, supe que en los patios se almacena el carbón para la calefacción del invierno. Y me quedé bloqueada. No me podía creer que esa fuera la respuesta a mi "todo". No, después de haber olido, sentido, visto e imaginado la montaña de carbón durante todos estos años. ¿Es cierto que siempre buscamos una respuesta?
Y es que la montaña era como una canción muy triste. Triste como los pósters gastados de estrellas del heavy metal occidental más tirado que las pulcras y metódicas estudiantes que se alojaban en la residencia habían puesto en los váteres. Es que era todo triste. Hasta las estrellas de heavy metal, que pueden producir risa o temor, daban penita. Triste la habitación donde nos alojábamos unas cuantas chicas occidentales que íbamos de paseo y que en invierno- con vistas a la negra montaña como único solaz-, ocuparían otras chicas, de sueños salvajes y tétricos, de años emparedados entre el carbón y el cemento de aquella pequeña ciudad de provincias tan formalmente perdida en sus tradiciones y sus buenas costumbres de comunistas modelo.
Me producía un extraña sensación pensar en el futuro de las chicas. Dentistas quizás, o peritos. Sueños, los pósters del váter indicaban que tenían sueños oscuros con seres totalmente opuestos a la formalidad empalagosa de discursos sobre la educación y el buen trabajador. Las veía vestidas con sus trajecitos de colores apagados, con las blusas heredadas de sus madres cerradas hasta el cuello, asintiendo en clase con pudoroso interés mientras su pensamientos iban tras aquellos espantos de heavys con sus pelucones trogloditas. Y es que tenía que ser la realidad muy triste, pero realmente triste, para que aquellos tristes melenudos sacando la lengua mereciesen tal honor de ser expuestos como ídolos.
Y en aquella inmensa montaña de carbón que cubría el patio estaba el todo. El todo de las comidas espantosas - pura bazofia aderezada con paprika- que nos ofrecían en el comedor con una sonrisa mientras nos informanban de que era la "comida tradicional" y que sólo se comían los que provenían del Este. El todo de una vida oscura y tan limitada como el contorno definido de la montaña de carbón.
Y el porqué objetivo y práctico de la montaña era una respuesta sencilla; tan fácil y tonta que cualquiera me la hubiera podiso responder o incluso yo misma lo hubiera podido saber con un poco más de esfuerzo intelectual por mi parte. Sin embargo, quedó en mis retinas como una incógnita durante todos estos años, como una pregunta imagen que posiblemente no quisiera yo responderme porque para mí era un todo.
Hace unos días, casualmente, mirando un documental, supe que en los patios se almacena el carbón para la calefacción del invierno. Y me quedé bloqueada. No me podía creer que esa fuera la respuesta a mi "todo". No, después de haber olido, sentido, visto e imaginado la montaña de carbón durante todos estos años. ¿Es cierto que siempre buscamos una respuesta?