Tuesday, May 24, 2005

Y se queda todo tan vacío




Sí, vacío. Hoy Bambolia ha dado de baja temporalmente su bitácora. Tres años leyendola a ella casi diariamente. Tres años. Son muchas horas, creo.

Y es el colofón a algo que venía yo vislumbrando últimamente: el parón de los foros y sitios de internet en los que he estado participando durante este tiempo. Todos andan vacíos, sin gente, como a cámara lenta. Tan sólo alguna bitácora conserva aún frescura y ganas.

Yo misma ando desligerizada. Recuerdo mi actitud hace un tiempo, cuando me lanzaba a destajo a decir chorradas alegremente. Era divertido, dinámico. Ahora, sin embargo, ando como mustia. En este rato libre, entre papilla y papilla voy buscando por la red algo que me interese, ya que mis lugares comunues, a los que iba o voy asíduamente, están cerrados o casi, y lo que encuentro es a la típica persona sensible, muy sensible, pero que muy sensible, que es muy buena y te lo hace saber, a los intelectuales sobrados que rezuman desprecio en cada letra, a algún idiota que se cree el centro del mundo y provoca una reacción violenta para hacerse luego la víctima, y a unos cuantos bostezaalmejas de lo más aburrido que se dan ánimos entre sí haciéndose la pelota de una forma descolorida y llorando sentimientos tópicos de la forma más tópica posible.

Un panorama alentador. Y encima no puedo poner fotos para alegrar una poco esta página, que con tanta letra da susto.

Monday, May 23, 2005

Vecindades




Hoy escuchaba a un nuevo vecino, belga joven, que sale al descansillo de la escalera en calzoncillos y grita, grita mucho, como le gritaba a su hijo, de dos años y medio: "Tu me fais chier!" (Literalmente "Me haces cagar", lo que significa en expresión castellana, para que nos entendamos "¡Me tienes hasta los cojones!"). Ayer, mientras yo volvía del gimnasio me sorprendí en plena calle mirando hacia su terraza, vecina a la mía, en la que se veía al mastodonte de casi dos metros y sin camisa gritarle de una forma muy desagradable a su hijo que se tenía que comer toda la comida. Se pasa el día gritando como un condenado, con la intención de educarlo. Me pregunto quién lo educó a él y si los métodos resultaron efectivos. ¿Lo volvieron sordo de tantos gritos y ahora no se da cuenta del tono que usa?

El italiano malo maloso del primero es silencioso. Tiene un gato, que sale a la terraza trasera a espiar las palomas. Me sorprende que nunca abran las persianas del salón, y pareciera como si estuviesen a oscuras. Será que los muebles blancos son fosforesecentes y los iluminan con su fulgor nacarado. Todavía, cuando salgo y miro a la ventana de su dormitorio, descubro que se ve todo deslabazado y sin montar. ¿Dónde dormirán?

En el cuarto hay una familia con dos hermanos de unos veinte años y yo creía que era uno solo, porque se parecen mucho y nunca los he visto juntos. Lo que me sorprendía es que yo creía que era uno solo, pero a veces lo veía más bajito y a veces más alto. Lo curioso es que no me resultaba chocante el cambio de estatura y me parecía natural. Para mí eran uno de estatura variable.

En el ático hay una familia con dos hijas y un dálmata. Son búlgaros de alto standing (¿lo explico o lo dejamos en eufemismos?) . Para mí también eran una sola chica las dos hermanas. Y eso que una es morena y la otra tiene el pelo moreno con mechas rubias. También eran una sola de color variable hasta que alguien, que no se pierde un detalle del vecindario y los conoce a todos, me informó del hallazgo.

Y en el edificio de al lado también hay tres hermanos italianos que sé que son tres, porque me lo ha dicho su madre, pero no sé cuál es cuál.

Menos mal que Monsieur F. con su sempiterno sombrero y gabardina y traje hasta en verano está dentro de lo normal. Y Monsieur S., que me vigila y entra y sale mientras va al washoir y sale y entra estando pendiente por si en la ventana del cuarto de mi hija aparezco yo, para saludarme con la manita y una sonrisa. Y otro Monsieur S. que se va a escuchar la radio al garage en lugar de escucharla en casa. Y una belga medio loca que está todo el día enfadada entrando y saliendo del garaje y que no saluda nunca excepto alguna vez que le da por ahí y nos manda besitos con la mano. Vamos, lo normal en cualquier vecindad.

Friday, May 20, 2005

Miradas

Agotada, tras una noche sin dormir apenas en la que estuve atendiendo lloros y deseos de jugar de un bebé muy espabilado y con seguridad de su poder sobre mí y con dolor en la boca por el dentista de ayer, me pregunto si seré capaz, en estas condiciones de comprender hoy algo, y si cualquier frase, por insignificante sea, no la voy a a convertir en una bola de nieve negativa. Miedo me doy.

Y en este desvarío, y no sé si tendrá que ver, recuerdo una mirada de este verano pasado, en Albania. Un grupo de niños de la calle nos asediaban a los turistas pidiéndonos dinero bajo la mirada de los mafiosos de los mercedes. Había algunos niños, de estos tímidos y formales, de mirada dulce y temerosa, vendiendo pegatinas de Albania y encajes que algún turista compraba por lástima. Y otros, sin embargo, de mirada salvaje, de voz enronquecida y actitud agresiva que parecían dispuestos a lanzarse encima de ti. Yo estaba embarzada de cinco meses y tenía miedo, miedo de que se acercaran, miedo de caerme, miedo de no poder defenderme. Sentía toda la vulnerabilidad de mi estado. Y en un momento, mientras mi chico y yo subíamos hacia la zona en la que la mafia que nos había traído allí nos garantizaba su protección, un niño de unos diez años se me puso enfrente, impidiéndome el paso, muy cerca, y me empezó a decir mientras me miraba con una mirada depredadora, retadora, y chula "One euro, one euro, please". Yo intenté zafarme, pero el se volvió a poner enfrente, aún más chulo y retador y me repitió otra vez la frase, posíblemente lo único que sabía de inglés. Entonces yo, que temía por mí y mi bebé y no quería que me tocase, lo miré muy fijamente a los ojos, con una severidad salvaje, con la agresividad que me daba el miedo y le dije con contundencia y en voz alta "NO". Y su mirada, ante la mía cambió al instante, y en esos segundos apareció en sus ojos una mirada de tristeza, de miedo, de frustración, de abandono, de imcomprensión ante mi actitud agresiva. Volvió a ser un crío, un pobre crío . Y me dejó en paz.

Pero yo me sentí mal de haberlo dejado así, porque ví en sus ojos toda la película de su mísera vida. A veces lo recuerdo, porque esa mirada se me quedó más clavada a mí que a él, me temo. Y me produce tristeza saber que ese chaval seguirá allí día tras día acosando a los turistas y pugnando por sobrevivir malamente. Es de un dolor extraño porque ese niño es un desconocido. O quizás no, quizás no sea un desconocido.

"Y, y, y... Y como aparezca Ciri me hace una corrección de estilo que me deja en bragas. Qué mal escrito, por Sinfo (que es Dios y eso). Pero en fin, me vais a perdonar que hoy no ando con facilidad lingüística)"

Wednesday, May 18, 2005

Algunas que dicen la verdad

Hace unos días, leyendo el Hola (sí, de vez en cuando lo leo) me encontré con una aseveración de Carmen Sevilla que me dejó boquiabierta : "He abortado dos veces"

Es de una sinceridad apabullante porque no tiene ninguna necesidad de decirlo y ganarse así la posible animadversión de su público contrario al aborto, y me pregunto por qué lo hace, ya que al ser una cuestión tan íntima y polémica posíblemente le pueda traer problemas el decirlo.

He conocido varias mujeres que me confesaron haber abortado. Una de ellas, moscovita que jamás había salido de Rusia, había abortado tres veces debido a la falta de medios anticonceptivos en el país y a su negativa a tener más hijos, y era algo que explicaba con tristeza, con una resignación un tanto fatalista y cierto sentimiento de culpa. Otra de ellas, la madre de una amiga mía por aquellos tiempos, me lo contó entre lágrimas, ya que había abortado cuando estaba a punto de separarse de un matrimonio desgraciado y sentía que no podía tener ese bebé, que la seguiría atando a unas circunstancias con las que deseba romper por la profunda infelicidad que le causaban. Otra, lo hizo porque el bebé venía con malformaciones congénitas graves y también fue doloroso, extraordinariamente doloroso para ella. Todas estas chicas de las que hablo y que me vienen a la mente, tienen en común el ser excelentes personas. La primera y la última son personas que me ayudaron mucho, la moscovita y su marido me salvaron la vida y la última me apoyó mucho en ciertos momentos difíciles para mí. Me resulta imposible pensarlas como asesinas, tal y como apuntan algunas organizaciones antiabortistas, así como me resulta imposible pensar lo mismo de Carmen Sevilla.

Y pienso que son muy valientes al hablar de ello, al decirlo, al plasmar una realidad que muchas veces se oculta. A mí el aborto me da pavor porque pienso que las secuelas que se sufren tras haber hecho uso de el voluntariamente son terribles, ya que el sentimiento de culpa, la tristeza y el vacío deben ser horribles, pero soy favorable a él porque creo que en ciertas ocasiones, el nacimiento de ese bebé es peor para el bebé mismo, ya que debe nacer en unas circunstancias en las que sea querido y aceptado para que disponga de un entorno favorable a su desarrollo, y cuando eso no se da hay muchas papeletas para que ese bebé sea muy infeliz.

Me pregunto cuántos hijos no deseados han sufrido las consecuencias del rechazo materno inconsciente, aunque la madre haya estado allí y se haya ocupado de lo básico. Cúantos han sufrido la frustración de una madre abnegada. Cúantas frustraciones se transmiten de generación en generación en un círculo vicioso.

Se habla de la maternidad como un don, una alegría, y sí, lo es, aunque sea muy trabajosa, pero siempre que sea deseada. Una mujer que es madre sin desearlo, en contra de su voluntad, descargará incosncientemente su frustración en el hijo y me pregunto qué alegría puede haber ahí.

Carmen Sevilla, que ha abortado dos veces, cree en Dios. Contradictorio, sí. Y aclaratorio. Las contradiciones suelen ser diáfanas.